La Organización Mundial de la Salud ha elegido este año a las enfermedades transmitidas por vectores como tema de campaña para celebrar el Día Mundial de la Salud. Hablamos del dengue, la malaria, la leishmaniasis o el chagas.Todas ellas son enfermedades que afectan especialmente a los países empobrecidos y a las poblaciones más vulnerables y están íntimamente relacionadas con las condiciones de vida, matan a millones de personas aunque son prevenibles y no existen las tecnologías médicas adecuadas, ni en vacunas ni en tratamientos, para luchar eficazmente contra ellas.
La falta de suficiente I+D en estas dolencias, debido a la ausencia de interés por parte de la industria farmacéutica, las ha unido en la categoría de “enfermedades olvidadas y de la pobreza”. Sin embargo, tienen algo más en común, ya que desde hace años forman parte del “portfolio” delDrugs for Neglected Diseases initiative (DNDi); un Partenariado para el Desarrollo de Productos (PDP, por sus siglas en inglés) sin ánimo de lucro creado gracias al impulso de Médicos Sin Fronteras para desarrollar tratamientos para enfermedades que atraviesan fallos de mercado y que están desatendidas por las políticas públicas.
Más allá del éxito que el DNDi ha cosechado al haber conseguido desarrollar 6 nuevos tratamientos y 12 nuevas entidades químicas, lo que llama la atención es lo diferente que resulta su “modelo de negocio” y su estructura de costes: introducir un nuevo compuesto, desde la fase de descubrimiento hasta el mercado, les ha costado unos 183 millones de euros. Es decir, unos costes muy lejos de los míticos 1.000 millones necesarios que apunta la industria farmacéutica y que ponen en evidencia que hay formas más eficientes de llevar a cabo la investigación y desarrollo en salud.
Y esto nos lleva justamente a su modelo de negocio[1], el cual está basado en pilares tales como el diseñar un proceso de I+D centrado en los pacientes, el acceso abierto al conocimiento, asegurar el acceso de los pacientes a los tratamientos haciendo que los frutos de la innovación sean asequibles, o desligar el precio de los productos del coste de su I+D como principio.
El tiempo ha demostrado que el DNDi es un ejemplo exitoso de lo que se conoce como “modelos alternativos” de innovación en salud y que está sirviendo como fuente de inspiración e incitando a la reflexión. Son muchas las preguntas que nos hacemos en Salud por Derecho a la hora de pensar cómo transformar un sistema de innovación incapaz de dar una respuestaadecuada a las necesidades de los pacientes, ni en los países empobrecidos ni en los más desarrollados: ¿qué principios y factores de éxito posee el modelo de negocio del DNDi que no están siendo aplicados por otros PDP?; ¿se podría emplear un modelo similar al de este PDP en otras enfermedades que no sólo afecten a los países empobrecidos, como el cáncer, la diabetes o la hepatitis C?; ¿qué prácticas y mecanismos podría incorporar el DNDi o iniciativas similares para ganar sostenibilidad financiera sin perder su objetivo social?. Los interrogantes son muchos y complejos, pero no hay duda de que otro modelo de investigación y desarrollo en salud es posible.