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“Una atención primaria fortalecida es el fundamento de un sistema de salud resiliente que garantice el derecho a la salud”
31/10/2024 by Salud in Home Slider

Hace unos días organizamos en Madrid un evento junto a Fundación Anesvad, Médicos Sin Fronteras y DNDi, para hablar sobre Enfermedades Tropicales Desatendidas (ETD), un grupo de 20 enfermedades que sufren más de 1.000 millones de personas en el planeta y que afectan de manera desproporcionada a las poblaciones con menos recursos en los países más empobrecidos. Por eso se les denomina desatendidas: están olvidadas en la I+D farmacéutica -ante la escasa previsión de beneficio-, en los programas de salud nacionales y en la financiación internacional. 

A lo largo de las diferentes intervenciones, constatamos cómo, a pesar de los esfuerzos de los últimos años por parte de la Organización Mundial de la Salud, los gobiernos de los países más afectadosy de diversas iniciativas filantrópicas, los fondos para combatir las ETD siguen siendo muy insuficientes. También se resaltó la la urgente necesidad de mayor inversión en I+D impulsando modelos de innovación que primen el acceso y la transferencia de tecnología y de conocimiento, y la importancia de la integración de los programas de prevención, diagnóstico y tratamiento en los sitemas de salud.  

El evento contó con la presencia e intervenciones de Antón Leis, director general de la AECID; Jose Antonio Ruiz, médico en el programa de las ETD de la OMS; y Jarbas Barbosa, director de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la oficina de la Organización Mundial de la Salud para las Américas, con el que tuvimos ocasión para tratar diferentes problemáticas de salud actual, desde las ETD hasta las grandes pandemias, el cambio climático o el acceso a las nuevas tecnologías sanitarias.  

¿Cómo es la situación y cómo se lucha contra las enfermedades más olvidadas del planeta en una de las regiones más afectadas por ellas? 

En América Latina y el Caribe tenemos una gran carga de Enfermedades Tropicales Desatendidas todavía porque, en realidad, son enfermedades de personas y de grupos poblacionales desatendidos. Son enfermedades que tienen un vínculo muy fuerte con la pobreza y generan un círculo vicioso: las personas más pobres son las más vulnerables a sufrir esas enfermedades, y cuando se enferman se empobrecen todavía más. Es un tema de salud, pero también es un tema de equidad. 

Estamos avanzando mucho con estas enfermedades en las Américas gracias, en parte, a una iniciativa de eliminación aprobada por los países de la región en el año 2019, aunque todo se retrasó con la pandemia. El año pasado se lanzó de nuevo como una de las prioridades bajo mi gestión como director de la OPS. 

Hay varios ejemplos recientes que muestran esos avances: en los últimos cinco años, cuatro países han eliminado la malaria. El último fue Belice, el año pasado, que también recibió, junto a San Cristóbal y Nieves y Jamaica el certificado de eliminación la transmisión materno infantil del VIH y la sífilis. O el caso de Brasil, que hace unas semanas recibió el certificado de eliminación de la Filariasis Linfática. Hay avances, pero sigue habiendo desafíos, como el de identificar y superar las barreras para garantizar el acceso a los tratamientos y tecnologías de diagnóstico o prevención que hay disponibles. 

Un desafío que, según la OPS, pasa por el fortalecimiento de los sistemas de salud y de la atención primaria.  

Tenemos esa mirada de no reproducir los problemas de manera vertical y aislada, como se hacía en el pasado. Ese concepto de campañas de detección y tratamientos para una enfermedad tiene que cambiar. Debemos buscar una atención centrada en las personas que mire no solo un aspecto o una enfermedad, sino que busque ofrecer una atención más integral y completa para las personas y que, al mismo tiempo, sea sostenible. Estas enfermedades, que tienen una prevalencia elevada, tienen que estar integradas en una oferta amplia de servicios de salud que debe salir de la atención primaria. Porque, al final, las herramientas para luchar contra esas enfermedades las tenemos; lo importante es crear estrategias que nos permitan llevar esas herramientas a todas las personas que lo necesitan.  

El VIH, la tuberculosis o la malaria, son quizá enfermedades menos olvidadas dentro de las más olvidadas. Aun así, parece que estamos lejos de alcanzar los objetivos globales de 2030. ¿Cuáles son los principales desafíos en la lucha contra esas tres grandes pandemias en la región? 

Son enfermedades con un perfil distinto. En malaria, estamos avanzando muy bien, con una iniciativa de eliminación muy fuerte en América Central. Hay muchos países muy cerca de la eliminación; incluso Surinam, que está en la cuenca amazónica, ya lleva tres años sin un caso autóctono de malaria. Hay un progreso importante en la reducción de casos, nuevas estrategias de buscar el tratamiento de personas sin síntomas reales y, en general, un conjunto de esfuerzos tanto en el control de vectores como en el acceso más rápido al diagnóstico y tratamiento.  

Tenemos varios desafíos, principalmente el cambio climático, que tiene un impacto sobre todas las enfermedades transmitidas por vectores. Pero también otros muy diferentes, como, por ejemplo, el problema de la actividad ilegal de minería en la Amazonia, que conlleva que muchos grupos de personas trabajen ahí sin tener acceso a servicios de salud y el uso de los tratamientos y diagnósticos como una mercancía que se compra y se vende. 

En VIH, el número de infecciones ha crecido desde 2012 en un 4%, pero eso también puede significar un fortalecimiento de la capacidad de diagnóstico. La mortalidad disminuyó más de un 34%, pero sigue habiendo desafíos y necesitamos implementar con más velocidad nuevas estrategias. Por ejemplo, los autotest para facilitar el acceso al diagnóstico rápido; o involucrar a las comunidades más vulnerables y discriminadas, como los trabajadores del sexo o las personas trans, que tienen muchas dificultades para tener acceso a los servicios de salud tradicionales, ya que no se sienten bien acogidas en una unidad de salud tradicional. Trabajamos con algunos problemas más culturales y legales en algunos países del Caribe, en los que la actividad de las personas LGTBI+ tiene leyes que crean discriminación y estigma. Necesitamos garantizar el derecho de las personas y que los sistemas de salud tengan un apetito mayor para introducir las innovaciones que ya están disponibles. 

También tenemos que emplear el acceso a PrEP. Ya tenemos alrededor de 160.000 personas bajo tratamiento, pero queremos llegar a casi dos millones de personas en todas las Américas, y así tener más efectividad en grupos tan vulnerables como son los hombres jóvenes que tienen sexo con otros hombres. Estamos trabajando para comprar PrEP a precios más accesibles a través del Fondo Estratégico de la OPS, que es un mecanismo de compra conjunta de la región.  

¿Y para la tuberculosis? 

Yo creo que el gran desafío es cómo identificar estrategias innovadoras para grupos que se concentran hoy en las grandes ciudades, como Lima o Río de Janeiro, y en las cárceles de muchos países de América Latina, donde los presos no reciben la garantía de acceso a la salud. Tenemos cárceles que tiene 15 o 20 mil personas sin acceso a un diagnóstico o tratamiento. 

Hay que buscar dónde están los grupos más susceptibles por la tuberculosis, que son los jóvenes. La estrategia anterior decía: “si usted tiene tos por más de 3 semanas, vaya a la unidad de salud”. Pues bien, en países de América Latina, donde gran parte de los jóvenes está en la economía informal, no ocurrirá que alguien pierda un día de trabajo para ir a una unidad de salud solo porque tiene tos. Así que se quedarán meses empeorando la enfermedad y transmitiéndola.  

Por eso, estamos apoyando a los países con nuevas intervenciones, como por ejemplo equipos portátiles de rayos X, que pueden llevarse a las cárceles, a las obras y construcciones o a una cancha de fútbol; a los espacios donde acuden los jóvenes y donde hay más prevalencia. Necesitamos superar barreras y buscar estrategias para encontrarlos, no esperar a que vayan a los centros de salud.  

Hablabas antes de cambio climático, que es según la OMS el mayor desafío ambiental y sanitario que tenemos. Estamos viendo el incremento de enfermedades transmitidas por vectores o por la mala calidad del aire, eventos climáticos extremos, inseguridad alimentaria… ¿Cómo está respondiendo la OPS a esta gran amenaza? 

Sí, es un tema importante. En la primera semana de octubre los países de la región aprobamos una resolución para la promoción de la equidad y la respuesta al impacto del cambio climático en la salud. Estamos trabajando en distintos enfoques con los países. Primero, fortalecer la vigilancia: muchos países no saben cuál es la carga de las muertes debido a la mala calidad del aire. Así que estamos integrando y fortaleciendo los sistemas de vigilancia, de enfermedades de vectores, de ambiente, de calidad de aire y de agua. Trabajamos también en resiliencia y preparación. Con los países del Caribe, por ejemplo, tenemos un proyecto llamado Hospitales Inteligentes, para que puedan ser más resilientes cuando venga un huracán. Ya lo hemos implementado en más de 50 centros.  

Y también estamos con todas las otras dimensiones que trae el cambio climático: las sequías prolongadas, el impacto directo sobre la inseguridad alimentaria, la inmigración o el tema de las enfermedades transmitidas por vectores. El año pasado, tuvimos un brote muy importante dengue con más de seis millones y medio de casos. Este año, ya tenemos 11 millones de casos y el año todavía no ha terminado. Existe un gran problema con las grandes ciudades que tenemos en América Latina: que carecen de las infraestructuras necesarias. Muchas personas que viven en las áreas pobres no tienen acceso agua, así que hacen acopio y acumulan como pueden, lo que, junto con el manejo deficiente de los desechos, genera un ambiente muy favorable para la proliferación del mosquito aedes aegypti, que transmite dengue, zika y Chikunguña. Por eso, estamos en busca de esa mirada más amplia para la reducción de la población de vectores, al mismo tiempo que fortalecemos los servicios de salud para prevenir las muertes por dengue en la región. 

El cambio climático es importante y tenemos una buena expectativa para la reunión de COP30 que, en 2025, se celebrará en la ciudad amazónica de Belém do Pará, Brasil, un país que tiene un compromiso fuerte de poner la salud en el centro del sobre cambio climático, como parte de la búsqueda de soluciones y de acciones multisectoriales para responder a este desafío. 

Y teniendo en cuenta el aumento de estas enfermedades en la región… ¿cómo está apoyando la OPS el acceso a las terapias avanzadas en las Américas? 

Todos los países de la región tenemos un problema grande para el acceso a medicamentos de alto costo, como las terapias CAR-T, los anticuerpos monoclonales y otros medicamentos. Hemos acordado que el próximo año habrá una resolución sobre este asunto, y estamos trabajando en el desarrollo de políticas, apoyando a los países para fortalecer su capacidad de regulación y su propia capacidad de hacer una evaluación de la incorporación de nuevas tecnologías. Eso es muy importante porque los recursos son limitados y hay que buscar cuáles son las mejores opciones que existen.  

Por solicitud de los países, tanto de Mercosur como de Centroamérica y del Caribe, trabajamos en siete enfermedades que fueron identificadas con medicamentos de alto costo para hacer una compra conjunta a través del fondo estratégico de la región. Es importante porque, en América Latina y Caribe, estamos con una transición demográfica muy rápida, con una población que envejece de manera muy acelerada mientras crece el número de enfermedades no transmisibles, como el cáncer. Y con las nuevas tecnologías hay que hacer una evaluación con mucho criterio para que se pueda incorporar y garantizar el acceso al mismo tiempo que no se produzca más inequidad.  

En muchas ocasiones, vemos pacientes que acuden a la justicia para reclamar tratamientos que no están disponibles en la región y, cuando el juez les da la razón, el Ministerio compra el medicamento en el mercado de Estados Unidos, que normalmente es el precio más caro del mundo. Esto genera inequidad. Por eso, apostamos que, con esa combinación de fortalecer la regulación, fortalecer el análisis de incorporación de nuevas tecnologías y el mecanismo de compra conjunta, sí podemos avanzar en el tema del acceso a nuevas tecnologías. 

Y por último… ¿podías contar cómo enfoca la OPS la cobertura sanitaria universal, teniendo en cuenta estos retos que hemos hablado? 

Para la OPS, el tema de la cobertura sanitaria universal es clave. Porque muchas veces las personas tienen el derecho teórico a la salud, pero no lo tienen en la práctica por las muchas barreras que existen. 

Por ejemplo, la barrera de gastos de bolsillo: si la persona tiene que pagar para tener acceso. En Haití, vemos cómo mujeres embarazadas viajan a República Dominicana en situaciones muy difíciles para poder tener acceso a atención prenatal o para el mismo parto. La barrera económica es importante. También la barrera sociocultural. Si una persona de población indígena en Guatemala o en Honduras va una unidad de salud y no comprende a los profesionales sanitarios o no es bien comprendido, es probable que no quiera regresar. 

Estamos contentos de que muchos países de la región ya han aprobado, en sus constituciones o leyes, la salud como un derecho y están garantizado el acceso universal. Belice, por ejemplo, el año pasado terminó con la necesidad de copago. En Chile, hay un proyecto para universalizar la atención primaria, independientemente de que seas migrante o de que no tengas ningún tipo de seguro.  

Hay avances muy importantes. Lo que estamos buscando es que los países, además de tener la garantía de cobertura, puedan buscar, identificar y eliminar las barreras de acceso para que las personas puedan recibir el beneficio de los servicios de salud. Durante la pandemia, tuvimos un incremento del financiamiento de la salud y estamos buscando el diálogo entre ministros de finanzas y ministros de salud. Tenemos que mantener ese avance y lograr en todos los países un mínimo del 6% del PIB de ese país como inversión pública en sistemas de salud. Y que el 30% de esa cantidad se destine a la atención primaria, renovada, fortalecida, con equipos entrenados, con conectividad, con telemedicina y acercando los servicios de salud a las comunidades. Esto último es clave también porque ahí hay otra gran barrera: da igual tener un gran servicio de salud gratuito si para ir la gente tiene que perder dos días de trabajo, tomar tres autobuses para ir, otros tres para volver… Hay que estar más cerca de las comunidades. No solo facilita el acceso, sino que a la vez organiza la demanda para que tenga una mejor integración con el nivel secundario y terciario. Creemos que una atención primaria fortalecida es el fundamento de un sistema de salud resiliente y que garantice el derecho a la salud que las personas tienen.  

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