El cambio climático ya no es una amenaza del futuro. Es una crisis de salud pública que ya vivimos. Sus efectos están aquí, se intensifican año tras año y están cobrando miles de vidas en todo el mundo, en Europa y también en España. Frente a un planeta que se calienta, los impactos sobre la salud humana son innegables y, en muchos casos, evitables.
Las olas de calor se han convertido en el fenómeno climático más mortífero en Europa. El verano de 2025 ha dejado más de 3.800 muertes atribuibles al exceso de temperatura en España, casi el doble que el año anterior. Según el Instituto de Salud Carlos III, el 96 por ciento de las personas fallecidas tenía más de 65 años. Más de la mitad superaba los 85.
El impacto se ha sentido en toda Europa. Un estudio del Imperial College de Londres y la London School of Hygiene & Tropical Medicine, que analizó datos de 854 ciudades, asegura que el cambio climático es responsable del 68% de las 24.400 muertes en exceso registradas este verano por calor. La temperatura media en las ciudades analizadas se situó 3,6 °C por encima de lo habitual. El estudio señala que estas ciudades representan solo una parte de la población europea, por lo que la cifra real podría ser más alta.
Respirar también es más difícil
El aumento de las temperaturas también empeora la calidad del aire. El calor favorece la formación de ozono troposférico, que agrava enfermedades respiratorias. Además, se alarga la duración de las temporadas de polen y aumenta la presencia de alérgenos más agresivos. Cerca del 40% de la población europea sufre alergia al polen. Y esa cifra sigue creciendo.
En 2025, los incendios forestales han afectado a más de 350.000 hectáreas en España hasta octubre, con focos relevantes en Castilla-La Mancha, Cataluña, Andalucía y la Comunidad Valenciana, según datos del Ministerio para la Transición Ecológica.
Los episodios de humo y mala calidad del aire tienen consecuencias sobre la salud respiratoria, especialmente entre personas mayores y con enfermedades crónicas. Existen diferentes estudios que documentan aumentos en consultas médicas y hospitalizaciones por exposición al humo en contextos similares.
Enfermedades que cruzan fronteras
El calentamiento también permite que insectos y microbios avancen hacia zonas donde antes no podían sobrevivir. En 2024 se confirmaron casos autóctonos de dengue en Cataluña – seis, todos en Tarragona-. Italia reportó más de 200 ese mismo año. El mosquito tigre, que transmite dengue, chikungunya y zika, ya se ha establecido en buena parte del Mediterráneo.
La expansión de las garrapatas también está provocando un aumento de enfermedades como la encefalitis vírica y la enfermedad de Lyme. El virus del Nilo Occidental se ha convertido en una amenaza estacional: en 2024 se notificaron 1.436 casos autóctonos en Europa, y España comunicó varios brotes locales, lo que ha llevado a reforzar la vigilancia epidemiológica en 2025.
La salud mental también se deteriora
La exposición continuada a fenómenos extremos como incendios, inundaciones o desplazamientos forzados deja huella en la salud mental. Las personas afectadas sufren niveles más altos de ansiedad, depresión y estrés postraumático. Estos impactos no siempre se ven, pero pueden durar años.
A esto se suma el malestar creciente ante la falta de respuestas. Muchas personas jóvenes expresan angustia por el futuro ambiental y frustración frente a la inacción institucional. La llamada ecoansiedad no es una moda. Es una respuesta emocional a una amenaza real que afecta sus proyectos de vida, su salud y su bienestar.
Hace falta más
España cuenta con planes de adaptación, sistemas de alerta temprana y vigilancia epidemiológica. Pero los datos indican que no es suficiente. Las muertes por calor aumentan. Las enfermedades infecciosas asociadas al clima se expanden. Y los impactos sobre la salud mental están empezando ahora a ser atendidos.
Organismos como la OMS y la Agencia Europea de Medio Ambiente ya han alertado de que estamos ante una emergencia sanitaria. La salud pública necesita recursos, planificación y justicia. Porque los efectos del cambio climático no son neutros. Afectan más a quienes ya viven en condiciones de mayor vulnerabilidad.
La crisis climática agrava desigualdades preexistentes. Las personas mayores, con enfermedades crónicas o con menos recursos están pagando el precio más alto. También quienes viven en zonas sin sombra, sin ventilación o con acceso limitado a servicios médicos.
Desde Salud por Derecho creemos que defender la salud en este contexto de crisis climática es una responsabilidad política. Es urgente invertir en prevención, adaptar los entornos urbanos y rurales, reforzar la atención primaria y proteger a las personas más expuestas. Cuidar el planeta también es cuidar la vida. No hay salud sin justicia climática.




