Los nuevos tratamientos para el cáncer a través de la inmunoterapia están suponiendo una revolución en el tratamiento para determinados tipos de esta enfermedad. Es el caso de las terapias CAR-T, que modifican las propias células del sistema inmunitario del paciente para que detecte y destruya a las células causantes del cáncer. Sin embargo, el precio con el que han salido al mercado algunas de ellas está suponiendo -y va a suponer- una barrera de acceso y disponibilidad para todas las personas que las pueden llegar a necesitar.
Por ello, para debatir sobre este asunto, el pasado lunes organizamos en Madrid el ‘Taller sobre acceso a los tratamientos para el cáncer en Europa: CAR-T y transparencia’, junto a representantes de las organizaciones internacionales Knowledge Ecology International (KEI) y Just Treatment, entre otras.
Aprovechamos la oportunidad para hablar con James Love, director de KEI y uno de los mayores expertos internacionales sobre cáncer y acceso a medicamentos.
¿Qué supone la llegada del CAR-T al mercado?
Las terapias CAR-T son una nueva clase de tratamientos que suponen una gran promesa para muchos pacientes. La investigación pretende avanzar en la capacidad de estas terapias para tratar tipos muy graves de cáncer y dar a algunos pacientes una cura efectiva. Cánceres muy específicos que, de otra manera, serían intratables.
¿Y estos tratamientos estarán disponibles para otros tipos de cáncer?
En un principio el CAR-T ha sido desarrollado para un número reducido de cánceres de sangre. Pero ya ha habido trabajo e investigación para extenderlo a tumores sólidos, como los de pecho o pulmón. Los investigadores y científicos creen que es cuestión de tiempo averiguar cómo hacerlo.
Hoy en día, los medicamentos para el cáncer son muy específicos en cuanto a los cánceres que tratan. Algunos tienen mejores resultados que otros. Creo que el desarrollo con el CAR-T va a ser similar y que con el tiempo se irán resolviendo más y más problemas.
Kymriah de Novartis y Yescarta de Gilead, los dos tratamientos más avanzados y disponibles por ahora, han sido desarrollados con una gran cantidad de dinero público, ¿verdad?
Absolutamente. En general, hay una gran huella de investigación pública, sobre todo en las fases iniciales. Por ejemplo: el Sistema de Salud de EEUU (NHS, por sus siglas en inglés) apoyó el trabajo en CAR-T del doctor Carl June en la Universidad de Pensilvania durante muchos años y licenció a Kite, una pequeña biotech, que fue posteriormente adquirida por Gilead por 12.000 millones de dólares.
¿Y cómo es posible que, siendo así, las compañías estén imponiendo precios de alrededor de 400.000 euros para estos tratamientos?
Bueno, creo que las compañías experimentan viendo cuánto pueden cobrar a los sistemas de salud de los países. Hay otros tratamientos, además del CAR-T, que tienen también precios elevadísimos. Es el caso de Rydapt, para ciertos tipos de cáncer de sangre, que cuesta alrededor de 380.000 dólares. Mi mujer toma un medicamento para el cáncer de pecho que cuesta cerca de 150.000 dólares. Y no curan. Las compañías están siendo muy agresivas. No les importa lo que realmente hayan invertido en las fases de investigación y desarrollo (I+D) o en la compra de la tecnología: lo único en lo que piensan es el precio que pueden llegar a cobrar.
¿Y crees que están siendo particularmente agresivas con el cáncer?
Lo cierto es que lo harían con cualquier enfermedad para la que encontrasen una forma de tratarla, como la diabetes o el asma. Es cierto que si estás tratando una enfermedad como el cáncer, que asusta tanto debido a que puede matarte, pueden ser mucho más agresivos. Y más aún si estás tratando a un niño, por ejemplo. Ahí puedes imponer un precio mucho mayor porque los seguros o los sistemas de salud, normalmente, no pueden decir que no.
Es una situación terrible porque están poniendo en riesgo la sostenibilidad de los sistemas de salud, que comienzan a sufrir un gran estrés financiero. Porque si esto fuese así para unos pocos pacientes, no se notaría demasiado, pero si tienes un gran número de pacientes, como se está previendo, el impacto en los presupuestos de salud va a ser enorme.
¿Y no suponen estos precios de los primeros CAR-T un precedente peligroso?
Sin duda. Y no hay garantía de que los siguientes tratamientos no vayan a venir con precios incluso mayores.
Entonces, ¿qué modelos alternativos existen para cambiar el actual?
Somos muy persistentes con la idea de que hay que desligar el precio del medicamento de la expectativa que las compañías tienen sobre las ganancias que van a obtener con él, lo que llamamos delinkage. Sin embargo, tiene que haber buenos incentivos para la investigación y la innovación, claro.
Un modelo que es interesante es la creación de premios para aquellas personas que descubran tratamientos, algo que, por cierto, tiene incluso apoyo de Andrew Witty, director general de una gran farmacéutica como GSK.
Las terapias CAR-T podrían ser un buen ejemplo para probar este modelo porque ahora mismo va a haber una gran restricción en el acceso a estos tratamientos por culpa del precio. Para los gobiernos sería muchísimo más barato financiar los premios y los incentivos de I+D que pagar por el precio de los tratamientos y favorecer el monopolio. Es mejor para los gobiernos y para los pacientes. Los gobiernos deberían dar el primer paso y hacer estudios de viabilidad de los incentivos para realizar un delinkage de los precios.
Sin embargo, las compañías aseguran que cuesta muchísimo dinero desarrollar un tratamiento, aunque no muestran sus cuentas. ¿No debería haber más transparencia?
Por supuesto. Los gobiernos no deberían permitir que una compañía como Novartis venga y diga ‘hey, nos hemos gastado mil millones de dólares en hacer Kymriah’. Es mentira. Es imposible que se hayan gastado ese dinero. Además, como hemos dicho, gran parte de ese trabajo se ha desarrollado con dinero público. El NHS gastó, durante un largo periodo de tiempo, alrededor de 200.000 dólares en desarrollar una gran cantidad de CAR-T prometedoras en muchísimas instituciones diferentes. ¿Y ahora viene Novartis y dice que en apenas un año ha gastado mil millones de dólares? Nadie se puede creer eso. Pero, hasta que los gobiernos no reclamen transparencia, no se puede saber. Si se quiere tener una conversación racional sobre precios o sobre cómo de grandes deben ser los incentivos, hay que requerir más datos sobre cuánto dinero gastan las compañías en I+D.
Desde diferentes sectores se propone poner condicionalidades a las compañías farmacéuticas para vender sus productos si hay dinero público en las fases iniciales de desarrollo de éstos. ¿Qué proponéis?
Hasta llegar a un sistema de delinkage, es necesario que cuando los gobiernos dan la licencia de la tecnología a alguna compañía farmacéutica pongan condiciones sobre precio, asequibilidad y transparencia. De hecho, desde KEI proponemos una serie de condiciones.
La primera es que el precio no sea más alto que lo que estime un organismo independiente de salud. La segunda es que el precio de los medicamentos no sea tan alto que pueda causar restricciones en el acceso a los pacientes por culpa de elevados copagos. La tercera es que ser un país de renta alta o similar no suponga una discriminación para que se les impongan precios más altos.
Y la cuarta condición es que, una vez has alcanzado un determinado umbral de ventas por una terapia, debes empezar a reducir los años de monopolio, a razón de un año por cada 500.000 millones de dólares. Eso quiere decir que, si tienes una tecnología que genera 4.000 millones de dólares en ganancias, algo que no es descabellado en el campo del cáncer y en particular con el Kymriah de Novartis, el monopolio podría reducirse en hasta 6 años.