Loyce Maturu nació con VIH. Antes de cumplir los 10 años había perdido a sus padres y a su hermano a causa de enfermedades relacionadas con el sida. Loyce se convirtió en una niña huérfana de Zimbabue con un estado de salud tan débil que le impedía ir a la escuela. Un estado de salud tan débil que propició que, a los 12 años, contrajese la enfermedad infecciosa más letal que existe, incluso por encima del VIH: la tuberculosis.
Lo que podría parecer una condena definitiva resultó ser su salvavidas. El diagnóstico de la tuberculosis le facilitó poder acceder a un tratamiento en una clínica gestionada por el Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria, la hucha internacional para combatir estas pandemias.
El entorno, sin embargo, era hostil: el estigma y la criminalización que sufrió desde pequeña -también por parte de miembros de su familia-, fueron enormes. Llegó un punto en el que Loyce no pudo –o no supo- aguantar más. El continuo maltrato verbal y físico le llevó a ingerir todas las pastillas que, destinadas a salvar su vida, estuvieron a punto de arrebatársela: intentó suicidarse.
Despertó en un hospital. Tras recibir apoyo psicológico a través de una ONG financiada por el Fondo Mundial, Loyce decidió cambiar el rumbo y quiso, ante todo, dejar de sentirse definida por el VIH. “Me dije a mí misma que quería romper el silencio y compartir mi historia y las historias de mis compañeros para que todas las personas, incluidas las encargadas de hacer políticas, comprendan nuestras necesidades, desafíos y lo que es crecer o ser una adolescente con VIH”.
Así, desde 2009, se dedica a acompañar y asesorar a personas que han pasado o están pasando por su situación, y viaja alrededor del mundo para participar en el desarrollo de políticas, estrategias y programas nacionales y mundiales, con un enfoque especial en las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes que viven con VIH.
“Parte de mi trabajo consiste en asegurar que las adolescentes y mujeres jóvenes se empoderen y puedan tomar decisiones informadas sobre su salud, porque existe un doble estigma enorme si tienes VIH y eres una mujer joven, no casada y sexualmente activa, lo que puede ocasionar, por ejemplo, que se sientan privadas de ir a las clínicas para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva”, asegura Loyce durante su presentación ‘Empoderamiento de la mujer, de lo local a lo global’.
Los retos son enormes. Las adolescentes y las mujeres jóvenes todavía se ven afectadas de manera desproporcionada por el VIH, por la discriminación y por la falta de servicios dirigidos hacia ellas. Por poner un ejemplo: en 2018, solo en África oriental y meridional, el 79% de los nuevos casos de VIH entre jóvenes de 10 a 19 años se registraron entre las mujeres. En esa región, cada día, alrededor de 50 niñas adolescentes mueren por enfermedades relacionadas con el sida y cerca de 500 niñas adolescentes se infectan con el VIH.
Por este motivo, Loyce viaja alrededor del mundo y se sienta con líderes de todos los países para hablar de la necesidad de una acción global –casi siempre canalizada a través del Fondo Mundial- que asegure que los y las adolescentes y las mujeres jóvenes tengan siempre acceso a medicamentos que salven sus vidas, acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, y la posibilidad de seguir yendo al colegio con buena salud y autoestima. “Solo así podrán contribuir a sus comunidades, a la economía del país y convertirse en futuras líderes”.
En los últimos meses, el trabajo de Loyce ha tenido un objetivo claro: compartir su historia para animar a los países a incrementar sus donaciones al Fondo Mundial y alcanzar los 14.000 millones de dólares que el organismo pedía para salvar 16 millones de vidas. Y objetivo conseguido: en octubre, durante la última Conferencia de donantes del Fondo Mundial –donde los gobiernos anuncian sus compromisos con el Fondo para los siguientes tres años- se alcanzó esa cifra.
Una conferencia que, además, contó con la vuelta de España. Tras ocho años sin participar en el Fondo Mundial, el Gobierno se comprometió a hacerlo con 100 millones de euros. Una aportación que deberá hacer efectiva durante los tres próximos años, incluyendo las partidas necesarias en los Presupuestos Generales del Estado. España debe volver al lugar que le corresponde en la lucha contra las pandemias y en la cooperación internacional, y ayudar a que el Fondo Mundial siga salvando vidas como salvó, hace ya algunos años, la de Loyce Maturu.
Foto: Tara Hogeterp (ICSS Team)