La tuberculosis es una enfermedad infecciosa curable que, sin embargo, se ha convertido desde 2014 en la enfermedad más mortífera del planeta, por delante incluso del VIH/sida. Solo en 2015 mató a 1.8 millones de personas en todo el mundo e infectó a 10.4 millones más. Aproximadamente un 40% de todas las personas afectadas por esta enfermedad no son diagnosticadas y apenas el 59% de las personas que necesitan tratamiento lo están recibiendo.
La situación epidemiológica es tan grave que, por primera vez en la historia, las Naciones Unidas han convocado para 2018 una reunión al más alto nivel para enfrentar el problema de esta pandemia, cuya erradicación forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles para 2030, acordados en 2015 por todos los países de la ONU. Sin embargo, el global de nuevos casos apenas desciende un 1,5% anual, un fracaso en términos de salud pública y derechos humanos, como asegura Stop TB Partnership en su Plan Global Hacia el Fin de la TB 2016-2020.
Es necesario un aumento significativo de las inversiones que permitan el camino hacia el fin de la pandemia en 2030. En 2016, 6.6 mil millones de dólares fueron invertidos en los países de ingresos bajos y medios (que albergan más del 90% de la carga de esta enfermedad), 2 mil millones de euros por debajo de los 8.3 mil millones necesarios, según el último informe global sobre tuberculosis de la OMS. Durante los próximos cinco años, se necesitarán un total de 56 a 58 mil millones de dólares para implementar los programas de TB, evitando que 38 millones de personas se enfermen y salvando 8 millones de vidas.
“Es fundamental una escalada en la inversión para poder responder a la pandemia con los recursos adecuados y financiar a organizaciones tan importantes como el Fondo Mundial”, asegura Vanessa López, directora de Salud por Derecho. A través de sus inversiones, el Fondo Mundial de lucha contra sida, tuberculosis y malaria es uno de los grandes partícipes de que la tasa de mortalidad por tuberculosis haya descendido un 47% entre 1990 y 2015, ya que canaliza alrededor de la mitad de los recursos globales contra la pandemia.
España, que fue uno de los mayores donantes en la década pasada, lleva sin donar al Fondo Mundial desde 2011. En noviembre de 2016, sin embargo, todos los grupos parlamentarios aprobaron por unanimidad una Proposición No de Ley (PNL) en la que se pedía al Gobierno volver a ser donante del Fondo, con una contribución de 100 millones de euros. “Desde entonces hay varios compromisos públicos del Gobierno para volver a ser donantes del Fondo Mundial. Esperamos que sean ciertos y que, como pide la PNL, el primer desembolso de 30 millones se produzca en 2017”.
Además del aumento en la respuesta global hasta 2020, harán falta al menos 9 mil millones para la I+D en nuevas herramientas, y poner fin al descenso que está sufriendo este campo: 2015 fue el año que menos dinero se invirtió -620.6 millones de dólares- en I+D para tuberculosis desde 2008. “Tan asociada como está esta enfermedad a la pobreza, las herramientas y la financiación para investigación y desarrollo de diagnóstico, vacunas o tratamientos han sido muy escasas ante la falta de interés de la industria farmacéutica en su mercado” asegura Vanessa López.
“En los últimos 50 años solo dos nuevos fármacos para las formas más resistentes de la tuberculosis han visto la luz aportando altas cifras de curación y menores efectos secundarios, pero apenas están disponibles para un 5% de la gente que los necesita. Gobiernos y farmacéuticas deben realizar un esfuerzo para renovar las herramientas contra esta pandemia y traer al mercado nuevas herramientas de diagnóstico, vacunas y tratamientos más cortos, más eficaces y menos tóxicos y que estén disponibles a un precio asequible para toda la población que lo necesite”.