La historia de Erika Castellanos no es una historia común, pero tampoco es única entre la población discriminada y estigmatizada a causa del sida o su orientación sexual. Natural de Belice, (un país que hasta hace 4 meses castigaba el sexo ‘no convencional’ con hasta 10 años de prisión) desde muy pequeña se siente incómoda siendo un chico. Huye del país a los 16 años, ejerce la prostitución para sobrevivir, consume drogas, acaba en prisión, contrae el virus del sida. Con el tiempo, y gracias a diferentes programas, se convierte en una de las voces más sonoras del LGTBI en América Latina y el Caribe. Ha venido a Madrid para contarnos su historia, y pasamos unos días con ella.
Naces en Belice, una excolonia británica con leyes muy restrictivas.
Sí. Nazco en un poblado pequeño agricultor en el Oeste del país, un país extremadamente religioso y en el seno de una familia muy conservadora.
Y desde pequeña te sentías diferente.
Sí, a los ocho años les dije a mis padres que no me sentía cómoda usando ropa masculina para ir al colegio.
¿Y tus padres?
No se lo tomaron bien. Me llevaron con el cura del pueblo para ver qué podían hacer y decidieron ingresarme en un centro de ‘rehabilitación’ durante seis meses, en donde simplemente se rezaba muchas horas al día y en donde me insistían en que lo que yo sentía y hacía era pecado. Pero yo era muy pequeña por entonces, y no iba a las sesiones donde iban muchos chicos adolescentes.
¿Y qué efecto tuvo esa experiencia en ti?
Pues me sirvió para conocer que había una comunidad LGTBI. A los ochos años yo no sabía que existía algo así. Conocí lesbianas, gays, trans, de todo. ¡Y yo quería ser como ellas! [Ríe] La primera vez que vi a una mujer trans dije: ¡esto es lo que yo quiero! Lo que pasaba es que no sabía cómo se llamaba. Al final esa experiencia sirvió para eso: fortalecer los deseos que yo tenía y poder ponerle un nombre.
¿Y después?
Seguí yendo a terapia, obligada, una vez al mes. Y a las 11 o 12 años me hacían ir a ver a un médico que me inyectaba hormonas masculinas; testosterona. Y pasó otra cosa muy curiosa. El médico me revisaba físicamente, me quitaba la ropa, me tocaba… ¡y me enamoré del médico! Me despertó deseos sexuales por primera vez.
¿Y mientras tanto, en el colegio?
En el colegio, que era católico, yo era el epicentro del bullying. La secundaria fue una etapa muy difícil. La discriminación fue tan fuerte que tenía terror de ir a clase cada día. Tenía hasta fobia de ir al baño. Con 15 años me hice pis encima porque no me dejaban entrar al de chicas y al de chicos no podía entrar por miedo a ser agredida.
¿Y decidiste hablar con tus padres?
Sí. A los 16 años me planté. Les dije a mis padres que yo era quien era y que ya no iba a ir más por su camino. Lo había intentado a su manera y obviamente no había dado el resultado que ellos esperaban. Además, yo me había sentido muy mal conmigo misma todo ese tiempo.
¿Y cómo se lo tomaron esta vez?
Reaccionaron muy mal. En el pueblo reunieron a todos para hacer una junta familiar para ver qué hacer. Y me pidieron que me fuera. Algunos familiares fueron tan extremos que dijeron: “Yo prefiero tener un familiar muerto que puto”. Así que me fui a la Ciudad de México haciendo autoestop. Sin dinero, sin conocer a nadie, sin saber cómo sobrevivir.
¿Y por qué no quedarse en Belice?
Hace apenas cuatro meses que esa ley se ha derogado, pero la sección 53 del código penal de Belice castigaba con hasta 10 años de prisión cualquier acto sexual ‘contra natura’, que se definía como cualquier acto sexual que no fuese pene en vagina en posición misionero. ¡Muy específico! Un ejemplo: una vez un señor llevó a su esposa a la corte por tener un dildo.
¿Y la encarcelaron?
No, pero tuvo que pagar una multa. ¡La masturbación era un delito! Y además la policía lo utilizaba para extorsionar, pedían sobornos, etc. Así que me tuve que ir, y fue muy duro.
Vivías en la calle en D.F.
Los primeros dos meses viví en la calle. Y lo que siguió no fue fácil, pero aprendí a sobrevivir. Conocí a alguien que me dijo: “¿quieres dinero? Pues ven”. Así que empecé a ejercer sexo servicio en las calles de la Ciudad de México. Al principio me parecía algo bueno y fácil, la mejor solución. Tener sexo y obtener dinero a cambio. Pero luego vino asociado a otros problemas, como el crimen organizado o las drogas. Venían clientes que te pagaban 1.000 pesos más si me drogaba con ellos. Algunos incluso que no querían tener sexo, simplemente querían que nos drogásemos juntos. Y uno piensa que lo puede controlar, pero no.
¿Qué tipo de drogas?
Todas. Lo que viniese. Fue muy buena mi fobia a las agujas, así que las drogas inyectables apenas las probé un par de veces. [Ríe] Pero consumía muchísimo. Llegué a gastar hasta 800 dólares en crack para una noche. Y fui dos veces al hospital por sobredosis.
¿Cuánto tiempo dura este periplo de sexo servicio y drogas?
Pues alrededor de siete años. Conocí a una persona que vendía drogas y se me hizo fácil irme a vivir con él. Tenía droga gratis, dejé la calle… pero acabaron por detenerle. Y también a mí, claro.
¿Y qué pasó?
Pues yo no traficaba, pero fui a la cárcel por siete meses, mientras se hacía la investigación.
¿Cómo es una cárcel en DF?
Pues la primera noche los guardias me trajeron ropa limpia, zapatos, maquillaje, perfume… y pensé ‘¡Guau! Esto no es como yo me imaginaba’. Lo que yo no sabía es que me estaban arreglando para venderme. Los guardias me pusieron en el centro del patio y…
¿Una subasta?
Eso es, a ver quién daba más. Y no era por persona, era por habitación. Es decir, te vendían a una celda en donde podría haber muchos reclusos. Me ‘ganó’ una celda que tenía ocho personas. Y cuanto entré en la celda yo no quería hacer nada, claro. El jefe de la celda me dijo que escogiese, o que si no venían todos. Así que le escogí a él.
¿Así los siete meses?
No. Busqué una manera de sobrevivir diferente. Empecé a lavar ropa. Me daban un peso por prenda, que no es nada, y con el dinero que conseguí me pagué una celda para mi sola. Además entré en un centro de rehabilitación y en esos siete meses dejé las drogas. Y nunca más me he vuelto a drogar, excepto los cigarros, que no soy capaz de dejarlos [ríe].
Sales diferente de la cárcel.
Fue un tiempo de reencontrarme y analizar todo lo que había hecho mal. Cuanto estaba dentro conocí a una familia muy amable que se dieron cuenta de que estaba sola y venían a hacerme visitas y a traerme comida. Al salir me acogieron en su casa y me ayudaron a conseguir trabajo. Comencé a estudiar y conocí a una persona de la cual me enamoré muchísimo y con la que viví 12 años, hasta que falleció a causa del sida.
¿Te contagiaste con él?
Sí, pero es curioso. Todo el desmadre que había hecho a lo largo de mi vida y no me había contagiado con el virus. Cuando le conocí, él me advirtió de su estado, y asumimos los riesgos. No nos protegimos. Y en 1995 me entregaron mi diagnóstico, que no fue sorpresa, claro. A diferencia de mi pareja, que no quería, yo comencé con tratamiento. En aquel momento apenas me daban dos meses de vida. Y desde entonces ya empecé a interesarme por la ayuda humanitaria, los temas de salud, tomé un curso de enfermería y comencé a trabajar en hospicios ayudando a la gente.
¿Y por qué vuelves a Belice?
Cuando mi pareja fallece, yo me quedo sin acceso a tratamiento antirretroviral en México, por sus leyes. También me quedo sin trabajo y pienso que es buen momento para volver a mi país.
¿Y cómo cambio tu vida la vuelta a Belice y los programas del Fondo Mundial que conociste entonces?
En México yo había experimentado tratamientos muy buenos, con visita médica, psicología, trabajadores sociales. En Belice fue muy diferente. Nos programaban las visitas para que no nos juntásemos unos con otros en las salas de espera. Por aquel momento comenzaba el proyecto del Fondo Mundial en Belice, con programas de fortalecimiento de personas VIH positivas, con información sobre prevención, adherencia, impartir conocimiento sobre derechos humanos y ese tipo de cuestiones de vital importancia. Y yo me metí a fondo en estos programas para ampliar mi conocimiento. Posteriormente pude participar en la Red Centroamericana de Personas con VIH, y en esa reunión empezó la creación de una red en Belice, así que en 2010 establecimos la primera Red de Personas con VIH, que hasta ahora es la única. Y pasamos de ser beneficiarios del Fondo Mundial a ser implementadores, comenzamos a realizar visitas en los hogares para informar sobre adherencia, tratamiento, cómo tomar las pastillas, como lidiar con los efectos secundarios, etc. Hemos tenido proyectos muy exitosos a nivel de gestión académica donde dimos becas a 70 personas con VIH para completar sus estudios de primaria y secundaria, que les facilita una mejor calidad de vida en el futuro. Y años más tarde he tenido la oportunidad de ser parte de la junta directiva del Fondo Mundial en la delegación de comunidades, haciendo abogacía a nivel mundial.
¿Qué retos quedan para dejar atrás el sida como pandemia en 2030?
Creo que son muchos, demasiados. Una de las cosas con las que aún no hemos podido ser muy exitosos es con el estigma y la discriminación, que son barreras importantísimas para el acceso a tratamiento, especialmente a población clave. Existen aún leyes que criminalizan la transmisión de VIH y, en general, a estas poblaciones. Y para mí es lo más importante en lo que hay que trabajar si queremos llegar a las metas del 2030 que marcan Naciones Unidas. Hay que garantizar los derechos humanos de las personas que viven con el virus, y los de las poblaciones clave.
¿Cuánta importancia tienen las organizaciones de la sociedad civil en los países más afectados?
La sociedad civil juega un rol muy importante. Un ejemplo: en el Caribe, en los países con leyes criminalizantes de poblaciones clave, los Gobiernos no llegan ni hacen intervenciones con las poblaciones, y son solo las organizaciones de la sociedad civil quienes realizan el trabajo. En Latinoamérica es la sociedad civil la que abre sus puertas y acomoda sus servicios a los horarios del usuario. Otro ejemplo: las clínicas móviles que salen a las calles y que ofrecen pruebas, tratamientos, información, condones, lubricantes, etc. a las y los trabajadores sexuales. La sociedad civil va más allá de lo que rutinariamente ofrecen los servicios de salud. Trabajan en esas áreas donde muy pocos quieren trabajar y llegar a esas personas a las que nadie quiere llegar, las más marginadas.
¿Qué riesgos existen si fracasan las expectativas de financiación?
El mayor riesgo que existe es que los avances de los últimos años se pierdan, y tengamos un rebote de la epidemia en los países donde empezábamos a controlar y mitigar las nuevas infecciones. Ese es el gran riesgo. Y por supuesto también existe el riesgo de que afecte a sociedad civil, especialmente a los grupos que trabajan con población clave. Y desaparecerán esos servicios tan necesarios y que nadie más realiza.
Y por último, Erika… Tú, que encajas en los perfiles de casi todas las poblaciones clave, ¿qué le dirías a todos esos gobiernos que pretenden enfocar la respuesta al sida sin tener en cuenta a estas poblaciones?
Como persona trans que ha sido trabajadora sexual, migrante, usuaria de drogas y reclusa, creo que muchas veces en los países de nuestras regiones en Latinoamérica hay una respuesta heteronormativa, enfocada desde un punto de vista muy heterosexual. La prevención, los spots publicitarios, los anuncios, etc, van dirigidos a población heterosexual e ignora a las poblaciones clave en las que está más enfocada la epidemia. Si los gobiernos no entienden ni ponen sus acciones donde es necesario vamos a tener una crisis muy grave en nuestros países. Tenemos los datos, sabemos dónde está concentrada la epidemia. Hagamos uso de esos datos para enfocar y financiar la respuesta en estas poblaciones. Solo así podremos hacer un cambio y mitigar el VIH en nuestros países.
Gracias Erika, una buena defensa de tus derechos.
Sigue adelante, necesitamos seguir conquistando mayores libertades.
Gracias