Hoy termina la Conferencia Mundial de Sida 2020, celebrada durante toda esta semana de manera online y que ha estado marcada, como no podía ser de otra manera, por el terrible impacto que la Covid19 puede tener en la lucha contra el sida (y contra otras pandemias).
Lo decía la secretaría general de ONUSIDA, Winnie Byanyima, durante la conferencia de apertura de la AIDS 2020: antes de la irrupción de la Covid19 en el mundo, y pesar de los grandes avances en las últimas décadas en la lucha contra el VIH, la comunidad internacional llevaba ya demasiado tiempo fuera del camino adecuado para acabar con la pandemia de sida en 2030, como marcan los Objetivos de Desarrollo Sostenible firmados por Naciones Unidas en 2015.
Los datos muestran cómo en los últimos años la financiación internacional en la lucha contra el sida se ha estancado peligrosamente, y se ha generado una enrome desigualdad entre las regiones más afectadas. Por ejemplo, mientras las nuevas infecciones de VIH se redujeron en un 38% en África oriental y subsahariana desde 2010, han crecido un 72% en Europa del este y Asía Central, un 22% en el norte de África y un 21% en América Latina.
Hoy, a nivel global, sigue habiendo 1.7 millones de nuevas infecciones anuales, y solo en 2019 murieron cerca de 700.000 personas a causa del sida o enfermedades relacionadas. De los 38 millones de personas viviendo con VIH en el mundo, casi 13 millones siguen sin acceso a los tratamientos que necesitan para vivir. El estigma, la discriminación y las leyes contra las poblaciones clave más vulnerables al sida -hombres que tienen sexo con otros hombres, trabajadores/as sexuales, población trans, usuarios de drogas inyectables o reclusos penitenciarios- siguen latentes en más de 100 países en el mundo.
Los objetivos no cumplidos, advierte ONUSIDA en su último informe, han dado como resultado que, desde 2015, haya 3,5 millones más de infecciones por el VIH y 820.000 más muertes en relación con lo que podría haberse logrado “si el mundo estuviera en el camino planeado para alcanzar los objetivos establecidos para 2020”.
En este -ya de por sí- nefasto contexto ha llegado la Covid19. Su avance imparable ha provocado más de medio millón de muertes, millones de infecciones y el colapso de los sistemas de salud de todos los países, con especial hincapié en aquellos con sistemas de salud más débiles, que suelen ser los más afectados por esta y otras pandemias como la tuberculosis y la malaria. Lugares en donde las medidas de confinamiento son difíciles de implementar debido a la sobrepoblación, las infraviviendas y la escasa planificación urbana, y en donde las deficiencias higiénicas y sanitarias (como el simple acceso a agua limpia) van a contribuir al avance del virus.
Además, el cierre de fronteras y las medidas de confinamiento en otros países están afectando, inevitablemente, a la producción y distribución de medicamentos, que según ONUSIDA puede derivar en desabastecimientos en muchos lugares y en el incremento de precio -inasumible por las débiles economías de muchos países- de los fármacos antirretrovirales.
Los ya escasos recursos disponibles -tanto humanos como económicos- de estos países se están desviando hacia la lucha contra el nuevo virus y, en consecuencia, los servicios de tratamiento y de prevención para el VIH y otras enfermedades infecciosas se están viendo interrumpidos. Además, las características de estas enfermedades -el VIH, por ejemplo, genera inmunodepresión y la tuberculosis afecta directamente a los pulmones- puede aumentar la vulnerabilidad al virus de las personas afectadas.
Las cifras antes de la Covid19 ya eran alarmantes. Con el nuevo virus circulando, son terribles: los estudios de Naciones Unidas advierten de que una interrupción de seis meses en los tratamientos podría incrementar en más de 500.000 el número de muertes por VIH en el mundo. La respuesta contra el VIH, advierten, podría retrasarse 10 años -o más- si no se toman medidas urgentes.
Un plan acelerado para salvar millones de vidas
Por eso, organismos como el Fondo Mundial de Lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria -que a través de sus programas ofrece tratamiento para VIH a 19 millones de personas- está coordinando una respuesta global en una escala masiva bajo el amparo de la Organización Mundial de la Salud, adaptando sus programas y aumentando las inversiones en los más de 100 países donde está presente.
Esa adaptación conlleva, inevitablemente, la protección especial de los trabajadores sanitarios y promotores de salud comunitarios, refuerzo de los sistemas sanitarios, incluyendo apoyo a las cadenas de suministro, las redes de laboratorios y los sistemas de respuesta dirigidos por la comunidad, y el apoyo de las intervenciones de control y contención, incluyendo las pruebas, el rastreo, el control del aislamiento, las comunicaciones y los servicios de tratamiento.
Para llevar a cabo estas acciones y poder mitigar el impacto de la Covid19 en los países más afectados por el sida, la tuberculosis o la malaria, el Fondo Mundial está pidiendo a la comunidad internacional 5.000 millones de dólares durante los próximos 12 meses, añadidos a los 14.000 ya recaudados para el periodo 2020-2022 durante la última Conferencia de Donantes (en la que España, por cierto, volvió a aportar 100 millones de euros tras más de 7 años de ausencia).
A nivel global, estas tres pandemias causaron en 2018 más de 2.4 millones de muertes. Y ahora, con la llegada de la Covid19, el análisis de organismos internacionales como ONUSIDA, OMS o Stop TB Partnership advierte de que, sin un plan concreto y acelerado para actuar inmediatamente, las muertes por estas pandemias podrían llegar a doblarse durante 2020, superando incluso a las muertes causadas por la misma Covid19.