El Tribunal Supremo de Estados Unidos ha rechazado la posibilidad de patentar genes humanos, al considerarlos parte de la Naturaleza. En la época de fiebre del oro que vivimos, ahora fiebre de la patente, son los tribunales los que ponen cordura y acotan las ambiciones de algunos colonizadores del conocimiento. ¿Se imaginan a Linneo (1707-1778) patentando las nuevas especies que descubrió? De haber sido ese el modus operandi de la época ahora tendríamos que pagar royalties cada vez que paseamos por el campo y no digamos si lo hacemos por los jardines de París que llevan su nombre.
En realidad esta fiebre por la patente nos lleva a reflexionar acerca de qué nos mueve a hacer ciencia ¿Poder económico? ¿Poder político? ¿Celebridad y estatus? ¿No nos debería mover el deseo de responder a las preguntas que se nos plantean por nuestra innata ignorancia? Don Miguel de Unamuno (1864-1936) decía que el misticismo religioso surge en las sociedades primitivas del pasado como consecuencia “… de la intolerable disparidad entre la inmensidad de su deseo y la pequeñez de la realidad”. Del desconocimiento surgen los problemas, las preguntas y los objetivos. Desde las sociedades primitivas la humanidad sigue estrategias mágicas, religiosas o científicas para la adquisición de conocimiento. La ciencia se fundamenta en la anticipación de respuestas que luego se contrastan con los hechos. Pero la religión o la magia también crean conocimiento para explicar la propia existencia y la del entorno. Religión, magia y ciencia cumplen todas ellas funciones adaptativas del Homo Sapiens Sapiens a su medio natural. Karl Popper (1902–1994) defiende el método hipotético – deductivo con criterio de demarcación para definir qué es ciencia, o sea la capacidad de que una proposición (hipótesis) pueda ser refutada por los hechos empíricos, es decir pueda ser falsable (modus tollens). Por contra, Thomas Kuhn (1922-1996) en su famoso ensayo “La estructura de las revoluciones científicas” (1962) adopta una postura distante a la de Popper, porque niega que la ciencia avance fundamentalmente a través del falsacionismo de las hipótesis, sino por las “anomalías” inexplicables en cada momento y porque afirma que el avance es a través de “crisis”, con períodos de estabilidad constituidos por “Paradigmas”, que las anomalías rompen.
A la ciencia actual le falta filosofía. Ese es el modus operandi que debe prevalecer. La fiebre de la patente se inscribe en la tendencia cultural humana de crear para-realidades sociales y económicas donde algunos puedan nadar mejor. Precisamente son los períodos de crisis los que provocan el derrumbe de los edificios para-reales, arrollados por la realidad ineludible. Los científicos adolecen de filosofía de la ciencia y han de percatarse de lo que están llevando a cabo y para qué. Y es que la ciencia se ha convertido en un modus vivendi más, una manera de ganarse la vida y de “entrar en el mercado”. Amigos, no perdamos el norte, que lo vamos a echar todo a perder.
Victor Volpini
Investigador, Equipo de Enfermedades Neurológicas y Neurogenética, IDIBELL