Los conflictos armados son una barrera en la lucha contra el sida. En las crisis y conflictos, el colapso de los sistemas de salud y la interrupción de la cadena de suministro de medicamentos y test de diagnóstico se convierte en un enorme desafío a la hora de hacer frente a esta pandemia.
Hoy entrevistamos a Francesco Moschetta, Manager Implementation and Challenging Operating Environments Team del Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria sobre cómo este organismo organiza su respuesta para asegurar tratamientos y prevención contra el VIH/sida en este contexto.
En primer lugar, ¿cómo organiza el Fondo Mundial la respuesta ante un conflicto para garantizar los tratamientos y prevención contra el VIH/sida?
En situaciones de crisis o conflicto, el sistema de salud de un país puede sufrir interrupciones que afectan directamente a los servicios y a las entregas de medicamentos esenciales, y ese es un reto enorme. Cuando empezamos a poner una persona bajo tratamiento de VIH tenemos que seguir, es una responsabilidad muy importante. No podemos dejarla atrás, no es una opción.
Habitualmente, en el Fondo Mundial trabajamos con el Ministerio de Salud y la sociedad civil, pero en este tipo de situaciones hay que adaptar o complementar este modelo para ser capaces de continuar el servicio en zonas que dejan de estar controladas por el Gobierno. Para ello, el primer paso es hacer un mapeo de los diferentes actores humanitarios que están trabajando sobre el terrero y coordinarnos con ellos para continuar haciendo, lo más rápido posible, la entrega test diagnósticos y, sobre todo, medicamentos para las personas que lo necesitan.
En estos contextos, en los que miles de personas se ven obligadas a dejar sus hogares, ¿Cuáles son los desafíos específicos para la prevención del VIH/sida?
El desplazamiento de la población es un impacto común durante crisis o conflictos, ya sea dentro o fuera del país. En ese caso, se establecen los llamados clústeres de respuesta humanitaria (organizaciones humanitarias que se organizan por sectores: agua, salud, logística, etc.) coordinados por agencias de la ONU, como la OMS, para abordar las necesidades específicas de los desplazados y coordinar las respuestas.
En esos casos, lo primero también es coordinarnos con los actores que están trabajando en la zona para reforzar servicios porque son poblaciones que llegan a lugares que, en muchos casos, no están preparados para acogerles. Por ejemplo, los centros de salud no tienen capacidad suficiente para dar una respuesta a sus necesidades, hay que aumentar los medicamentos, los insumos y dar seguimiento a la población más afectada. Por nuestra parte, sobre todo a la que vive con sida y necesita tratamiento.
¿De qué manera el estigma y la discriminación asociados con el VIH/sida se ven exacerbados en los conflictos?
Mucho. Las personas que viven con VIH lo sufren habitualmente, pero esta situación se agrava en el caso de las poblaciones clave, como hombres que tienen sexo con otros hombres, personas trans, trabajadoras del sexo, usuarios de drogas inyectables o población privada de libertad. Y se agrava aún más si estas personas se ven obligadas a desplazarse por un conflicto, en ese caso sufren un triple estigma: por vivir con el VIH, por pertenecer a una población clave y por ser desplazados o refugiados.
De ahí que, además de trabajar con el sistema público de salud para el suministro y la distribución de medicamentos, en el Fondo Mundial trabajemos estrechamente con la sociedad civil. Ese trabajo comunitario es el que nos permite acceder a esta población que está poco accesible por ese estigma y tiene menos acceso a los servicios.
¿Cómo afecta la violencia de género durante conflictos a la vulnerabilidad de las mujeres al VIH/sida?
Como puedes imaginar, en este contexto la vulnerabilidad es muy alta, sobre todo en tema de violencia de género. En los conflictos, la violación es usada como arma y ahí hay mucho riesgo también de transmisión de VIH. Por eso, hay un programa específico para las situaciones de desplazamiento interno y refugiados, en colaboración con ACNUR. A través de este programa, se realizan los diagnósticos y se empiezan los tratamientos en el caso de que sean necesarios, también cuando hay transmisión en mujeres embarazadas víctimas de violaciones.
¿Qué conflictos o crisis destacaría de los que está trabajando ahora el Fondo Mundial y cuáles son las principales barreras que se están encontrando?
Son muchos, pero uno de ellos es el caso de Afganistán. Cuando los talibanes llegaron al poder, el sistema de salud quedó desfinanciado, nosotros continuamos financiando e incluso aumentamos esa financiación para asegurarnos de que el sistema de salud no colapsara. Gracias al trabajo del PNUD, que es el receptor principal de los fondos, y el apoyo de la sociedad civil y ONGs locales, los programas del Fondo Mundial siguen adelante, realizando diagnósticos y suministrando tratamientos. El principal reto allí es llegar a las poblaciones clave muy estigmatizadas. Obviamente, el tema de género es también una enorme dificultad.
Destacaría también la situación en Haití. En Puerto Príncipe hay una violencia generalizada y el trabajo tiene que adaptarse a esa situación. Ahora mismo hay gente que no puede salir de casa y tienen que pagar, incluso, para moverse de un barrio a otro. Teniendo en cuenta que hay muchos casos de VIH, es un gran reto. Por eso, nos estamos organizando con la sociedad civil y con organizaciones como Médicos Sin Fronteras para continuar este tipo de trabajo de diagnóstico y entrega de tratamientos casa por casa por toda la ciudad.
Uno de los países en los que también está puesta la atención internacional es Sudán del Sur. ¿en qué punto se encuentra el trabajo del Fondo Mundial en ese país?
Sudán es un país con prevalencia muy concentrada en poblaciones clave también y hay un enorme problema en el acceso a los medicamentos por una pelea interna entre dos grupos armados. Los almacenes de logística, con los medicamentos, que controla el Ministerio de Salud están en una zona y no pueden distribuirse, por ejemplo, en Darfur, que está bajo otro control. Además, hay un enorme desplazamiento interno de población y los medicamentos que intentan llegar desde fuera del país también está bloqueados porque el Ministerio no deja entrar con medicamentos que puedan usar por la otra parte. Ahora mismo es casi imposible hacer el seguimiento porque el conflicto está demasiado abierto y es muy complicado incluso adaptarse y coordinarse con los actores humanitarios. Al final, cada conflicto tiene su dinámica diferente y hay que adaptarse a cada una de ellas.
Hace unos días, Olga Gvozdetska, del Centro de Salud Pública de Ucrania nos contaba cómo, con el apoyo del Fondo Mundial y otras organizaciones internacionales, el país había conseguido mantener su trabajo de diagnóstico y suministro de tratamientos.
Sí, en Ucrania respondimos muy rápido gracias a nuestro Fondo de Emergencia, con el que hemos invertido 25 millones de dólares. Este es un mecanismo que nos permite movilizar fondos adicionales con urgencia y eso puede ser clave para muchos países cuando tienen que hacer frente a una población adicional, sobre todo refugiados.
Otro ejemplo es Ecuador, que recibió un flujo importante de población venezolana y desde el Fondo Mundial respondimos rápidamente con 500.000 dólares para apoyar con insumos y diagnósticos. Luego, obviamente, el Gobierno los integró en su planeación, pero cuando, de repente, tienes una llegada de población que no estaba planificada, que no tiene recursos, es una forma de apoyar la respuesta.